Arun Dada y Mira Ba. de Swara Pandya

arun dada

Hace dos semanas, varios de nosotros visitamos a una pareja de amigos Gandhianos que viven en Baroda, Arun Dada y Mira Ba. Ahora octogenarios, su vida entera ha estado enraizada en la generosidad. Como estudiantes de Vinoba Bhave, nunca han puesto un precio a su trabajo. Su presencia habla de una vida dedicada a la práctica de la ecuanimidad, la confianza y la compasión; y también hablan de eso sus historias.

“Hace nueve años nos regalaron ésta casa” nos dijo Arun Dada. La semana en que se mudaron descubrieron que el vecino era bebedor, tendente a la violencia. Justo un par de días después de llegar a la casa se dieron cuenta de que su jardín delantero estaba lleno de comida y bebidas alcohólicas.

Resulta que el vecino regentaba un negocio de catering y pensó que podía utilizar el jardín de Arun Dada como almacén. Naturalmente Arun Dada se lo hizo saber a los trabajadores allí presentes: “Señores, ésta es nuestra casa ahora, ni bebemos ni tomamos comida no vegetariana, y esto es inapropiado.” De alguna manera convenció al servicio de catering de su error.

Pero esa noche a las 00:30 las puertas de su bungalow fueron sacudidas violentamente. “¿Quién es Arun Bhatt?” exclamaron en voz alta. Mira Ba se despertó y miró por la ventana. Arun Dada se puso las gafas y caminó hacia la puerta.

“Hola, yo soy Arun”, dijo mientras saludaba al molesto vecino, que iba borracho. Inmediatamente el hombre cogió por el cuello a Arun Dada, de 73 años entonces, y le dijo, “¿Has devuelto tú mi material ésta mañana? ¿Sabes quién soy?” Era el vecino de la puerta de al lado empeñado en infligir miedo y castigo. Mientras protestaba vehementemente, golpeó la cara de Arun Dada, tirando sus gafas al suelo, para luego lanzarlas a un arroyo cercano. Resuelto, a pesar de las acciones violentas, Arun Dada se mantuvo firme: “amigo mío, puedes quitarme los ojos si quieres, pero nos hemos mudado a esta casa y sería genial si pudieras respetar nuestro espacio”, dijo.

“Ah vale, tu eres uno de esos Gandhianos, ¿verdad? He oído hablar de gente como tú”, dijo el intruso. Después de algunos insultos más, el vecino borracho lo dejo por esa noche y se fue.

La mañana siguiente, la mujer del vecino se acercó a Aran Dada y Mira Ba para disculparse. “Lo siento. Mi marido pierde los papeles por la noche. Me enteré de que rompió tus gafas ayer, así que te he traído esto”, dijo ofreciendo dinero para un nuevo par de gafas. Arun Dada respondió con su ecuanimidad habitual: “Mi querida hermana, aprecio tus pensamientos. Pero mis gafas eran ya viejas y mis dioptrías han aumentado considerablemente. Llevaba tiempo necesitando gafas nuevas de todas formas, así que no te preocupes.” La mujer intentó insistir pero Arun Dada no aceptó el dinero.

Unos días después por la mañana, el vecino y Arun Dada se cruzaron en una calle local. El vecino, avergonzado miró hacia el suelo, incapaz de establecer contacto visual. Una respuesta común podría haber sido la de autoafirmación (¡Sí, mejor mira hacia abajo!), pero Arun Dada no se sintió bien después del encuentro. Se fue a casa y reflexionó sobre cómo podría hacerse amigo de su difícil vecino, pero ninguna idea apareció.

Las semanas pasaron. Todavía era todo un reto ser vecinos. El vecino de al lado estaba siempre en el teléfono, negociando uno u otro acuerdo, y casi todas las palabras que salían de su boca eran palabrotas. No había demasiado aislamiento entre ambas paredes, así que, aunque no fuera dirigido a ellos, Mira Ba y Arun Dada estuvieron permanentemente expuestos a lenguaje sucio. De nuevo, con ecuanimidad, resistieron todo calladamente y siguieron buscando una avenida hacia el corazón de este hombre.

Entonces ocurrió. Un día, después de una de sus rutinarias conversaciones, llenas de lenguaje sucio, el vecino concluyó su llamada con tres palabras mágicas: “Jai Shree Krishna”; homenaje a Krishna, una personificación de la compasión. A la siguiente oportunidad, Arun Dada se acercó a él y dijo: “Ey, te oí decir ‘Jai Shree Krishna’ el otro día. Estaría bien si nos saludáramos de ésta manera cada vez que nos crucemos.” Era imposible no conmoverse con tan gentil invitación, así que, por supuesto, el hombre aceptó.

Ahora, cada vez que se cruzaban, intercambiaban ese saludo sagrado. ‘Jai Shree Krishna’. ‘Jai Shree Krishna’. Pronto se convirtió en una bonita tradición. Incluso en la distancia, se decían ‘Jai Shree Krishna’. ‘Jai Shree Krishna’. Entonces, cuando abandonaba su casa por la mañana decía ‘Jay Shree Krishna’. Y Arun Dada contestaba, ‘Jai Shree Krishna’. Un día, el saludo de costumbre no llegó, y entonces Arun Dada preguntó: “¿Qué ha pasado?”, “Oh, he visto que estabas leyendo y no quería molestarte”, respondió el vecino. “¡No es una molestia de ninguna manera! Como los pájaros cantando, el agua fluyendo, el viento soplando, tus palabras son parte de la sinfonía de la Naturaleza.” Entonces empezaron de nuevo.

Y la práctica continúa hasta hoy, nueve años después.

Mientras acababa ésta historia, nos recordó la máxima de Vinoba de buscar lo bueno. “Vinoba nos enseñó que hay cuatro tipos de personas. Aquellas que solo ven lo malo, aquellas que ven lo bueno y lo malo, aquellas que se centran solo en lo bueno, y aquellas que amplifican lo bueno. Deberíamos siempre buscar lo cuarto.” La historia tocó la fibra a todos los que estábamos escuchandola, particularmente porque nos la había contado un hombre que practicaba lo que predicaba.

En medio de un mar de negatividad, maltrato físico, y malas palabras, Arun Dada encontró esas tres palabras mágicas de positividad y las amplificó.

Jai Shree Krishna. Me inclino ante lo divino en ti, lo divino en mí, ese lugar en ambos donde somos uno.

Artículo original: http://www.dailygood.org/story/893/arun-dada-and-mira-ba-nipun-mehta/

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